“¿Dónde están los besos que te debo? En una cajita, que nunca llevo el corazón encima por si me lo quitan…” cantaba Extremoduro en su canción “A fuego”. Parece ser que este dichoso virus que nos asola tampoco lleva el corazón encima. Allá por donde va se está llevando todo por delante, sin miramientos, sin entender de raza, edad o estatus. ¿Nos devolverá aquello que nos debe? No parece que tenga intención de compensarnos. En lo que a servidor respecta, en lo festivo: me ha dejado sin Semana Santa, en lo cultural: me dejó colgadas las entradas para la gira de despedida de Extremoduro, en lo emocional: me ha obligado a cancelar mi boda, y en lo económico… no soy ninguna excepción. Por suerte, no he de lamentar la pérdida de ningún allegado, aunque lo terrible es que cada vez significo una excepción más pronunciada en este terreno.

Situado el contexto histórico y personal desde el que escribo, y elevando a verdad universal que COVID-19 carece de corazón, no quedan muchas más soluciones para paliar esta situación que ponerse el mono de trabajo, trabajo esencial -sin necesidad de que sea calificado así por gobierno ninguno-, para superar las circunstancias sobrevenidas desde el esfuerzo y la razón.

Nombrada la razón a propósito, para este tiempo resultaría especialmente provechoso tener una idea clara de la dicotomía de control que formulaba la filosofía estoica. En esencia, consiste en que hay cosas que están bajo nuestro control, y otras que no, por lo que solo debiéramos preocuparnos por las primeras. Uno de los principales precursores del estoicismo, Epicteto, empezaba su manual con la siguiente frase: “Algunas cosas dependen de nosotros y otras no dependen de nosotros”.

Algo tan básico y elemental es olvidado con más frecuencia de lo necesario. Si no, ¿Cómo es posible que estos días nos sorprendamos a nosotros mismos viendo innumerables noticias, gráficas, predicciones y formulando teorías como si el final de esta situación dependiera de nosotros? Salvo que seamos científicos o doctores, poca influencia podremos tener para producir tal fin. Y aquí es donde los filósofos estoicos ponían especial énfasis para distinguir bien qué depende de nosotros, y qué escapa a toda influencia nuestra.

Especialmente didáctica resulta la conclusión a la que llega Williams B. Irvine, profesor de filosofía de la Wright State University y especialista en la escuela estoica, interpretando la dicotomía de control para adaptarla a los tiempos modernos transformándola en una tricotomía. Visto así, deberíamos replantearnos tres cuestiones, y centrar nuestro esfuerzo únicamente en la segunda y tercera cuestión:

  1. Qué cosas están fuera de nuestro control, como las estadísticas de la letalidad del virus,
  2. Sobre cuáles tenemos un control relativo, como evitar la exposición al virus, y
  3. Sobre cuáles ostentamos un control absoluto, como en qué invertir el tiempo o cómo comportarnos ante un determinado suceso.

El emperador Marco Aurelio, una de las figuras más representativas del pensamiento estoico, señalaba que tenemos un control absoluto sobre nuestro carácter y que nosotros mismos somos los únicos que podemos impedirnos alcanzar la bondad y la integridad. Por lo tanto, bien haríamos al plantearnos si estamos ocupando demasiado tiempo y preocupación a circunstancias sobre las que no tenemos mando ninguno, para dedicar más esfuerzos a aquello sobre lo que sí tenemos influencia.

Muy posterior en el tiempo a los estoicos pero en la misma dirección, se nos muestra la Plegaria de la serenidad, cuya versión más conocida dice así:

“Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que sí puedo cambiar y sabiduría para entender la diferencia.”

Vuelvo a aquello del consumo desmesurado de noticias para permitirme la licencia de contar una historia personal. Hace ya algunos años que opté por llevar a cabo una dieta hipo-informativa para no frustrarme con tanta noticia trágica. Al igual que una dieta hipo-calórica limita las calorías que se consumen para perder peso, con esta dieta hipo-informativa, limitando al máximo el consumo de noticias, lo que pretendía era evitar cabreo e indignación. No veo necesario explicar qué abunda en el noticiario diario, incluso en las noticias deportivas. Y lo curioso fue que pese a no leer periódicos, ni escuchar noticias en radio o verlas en televisión, estaba debidamente informado de las esenciales. Además, gracias a la tecnología actual, existen aplicaciones para seleccionar sobre qué quiero estar al día, y esto resulta básico para no ser ajeno a las novedades que pueden afectar a mi profesión, por ejemplo.

Así que bien implementada esta dieta puedo asegurar, tres años más tarde, que me ha ayudado a alcanzar un bienestar emocional indescriptible. Leo menos noticias pero más libros, por lo que espero decir dentro de un tiempo “No tengo ideología porque tengo biblioteca” como proclama el escritor Arturo Pérez Reverte.

Hay quien afea que este estilo de vida no es responsable porque se acaba por no estar concienciado con lo que está pasando en el mundo. Aparte de lo expuesto sobre seleccionar la temática o el uso de aplicaciones para segmentar aquello que sí deseo recibir, con este comportamiento puedo incluso tener una visión más objetiva de lo que ocurre en el mundo ya que reduzco notablemente la exposición al sesgo de confirmación, esto es: sobrevalorar aquellos datos que reafirman la opinión propia y restar importancia a los que la contradicen. Por este sesgo, inconscientemente, tendemos a filtrar la realidad para quedarnos solo con las informaciones que confirman lo que ya pensábamos antes. Esto es algo que acaba por pasar factura a la hora de tomar decisiones pues, influídos por este sesgo, la información para la decisión está totalmente sometida a los instintos.

El sesgo de confirmación es la razón por la que en estos días resulta fácil encontrarnos con medios o amigos que justifiquen la actuación de determinados políticos en esta crisis, y otros en cambio, que la critiquen de forma feroz. Curiosamente, unos y otros, los que defienden y los que reprenden, lo hacen en función de su ideología adquirida previamente. No atacan lo suyo ni disculpan lo ajeno. Tan marcados estamos por este sesgo que no dudamos en reenviar a nuestros contactos noticias con titulares que sean acordes a lo que pensamos, sin detenernos a contrastar si la información es o no veraz. Este es uno de los motivos de la proliferación de las fake news, o noticias falsas –para aquel que deteste los anglicismos-.

Existen otros muchos sesgos, falacias que nos llevan a una distorsión de la realidad por simples errores de lógica. Retornando a nuestra clase política, que tan bien nos viene para analizar errores en la toma de decisiones, coincido plenamente con Jaime Rodríguez de Santiago, cuando expone en su programa Kaizen, que si los políticos no han tomado buenas decisiones, ha sido por la preponderancia de los incentivos.

La fuerza de los incentivos para la toma de decisiones puede ser de tal envergadura que acaba afectando a nuestras creencias. Debo aclarar que los incentivos que tienen que ver con este sesgo, no siempre se corresponden a cuestiones meramente económicas ¿Cuál es el principal incentivo de un político? Ganar las próximas elecciones, y para ello las decisiones que ha de tomar estarán marcadas por ese interés, llegando incluso a modificar su sistema de creencias si este no es apto para alcanzar tal interés. De hecho, ante la crisis latente del coronavirus, los políticos se vieron en la siguiente disyuntiva: ¿Tomamos decisiones impopulares ante una amenaza relativamente poco probable o esperamos a confirmar que sea más clara y no arriesgamos esos votos? Por ello hasta que no se ha hecho evidente el daño contra la salud, no se han tomado medidas drásticas.

No considero que los políticos hayan querido actuar en contra de sus propios ciudadanos por egoísmo y hacer prevalecer su propio interés, sino que deben haber actuado sin ser plenamente conscientes de ello porque, precisamente, ese es el efecto de los incentivos, que instintivamente se acaba racionalizando el comportamiento que provocan. Y en estas andan, tratando de justificar sus actuaciones llevadas a cabo aunque se haya acreditado que han actuado tarde. Eso sí, los errores en su actuación han debido ser de lógica, a un nivel inconsciente, no podría comprender que alguien tome decisiones a sabiendas que aquellas no funcionarán. Soy un convencido creyente del Principio de Hanlon: “Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez”.

Por último, conviene esclarecer que esta tendencia de reacción a los incentivos deja fuera al propósito que debiera justificar esos incentivos. Y ello es porque se reacciona a sistemas de incentivos pero se actúa según los propios intereses, no según los propósitos. Retomando el ejemplo de la clase política, si preguntáramos a cualquiera cuál es su propósito, te contestaría que contribuir al bienestar de la ciudadanía, en general. Sin embargo su interés, ganar las próximas elecciones, va a ser priorizado a nivel inconsciente, y el sujeto en cuestión, a través de una posterior explicación, tratará de racionalizar su comportamiento, y así justificar su actuación. Irracionalidad, pura y dura. Tal vez por esta reacción desmedida a los incentivos, Benjamin Franklin decía: “Si quieres persuadir, apela al interés y no a la razón”.

Todos estamos expuestos a estos errores de lógica, de modo que lo mejor que podemos hacer para evitarlos es aprender a reconocer situaciones en las que los errores sean probables y esforzarnos para evitar errores importantes cuando esté en juego algo de primera necesidad.

Lo dicho, puesto que COVID-19 no nos va devolver nada de lo que nos debe porque no lleva el corazón encima y que todo el terreno que recuperemos será gracias al esfuerzo y a la razón, aprendamos de los estoicos, reduzcamos nuestro consumo de noticias y detectemos situaciones en que podamos tomar decisiones sesgadas, así también podremos aprender de los errores que han cometido nuestros dirigentes.

Juan Carlos Jiménez Aznar

Abogado en Servicio Legales PG

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